#retoecija nº1

Mientras Helena Écija y yo esperamos el fallo (nunca he entendido esta acepción…) del Jurado del Concurso de Cuentos Infantiles Ilustrados al que nos hemos presentado, hemos decidido (cada uno por su cuenta) hacer unos pequeños retos. La idea de Helena es hacer un dibujo durante 30 días seguidos. Mi reto (con su permiso) es escribir algo sobre cada uno de los dibujos que ella va a ir haciendo. No me comprometo Me ha obligado a hacer uno cada día.

No hay más… no sé qué va a dibujar Helena, ni sé quién o qué es lo que ha dibujado. Sólo lo que se puede ver y sentir. Claro que ella tampoco sabrá lo que he escrito yo hasta que no lo vea aquí…  ¿Empezamos?

 

#1. Pi.

Mientras hojeaba un libro que acababa de empezar sobre un escritor ruso de principios de siglo que no conocía de nada pero que, según nuestra profesora de literatura era uno de esos imprescindibles, le vi subirse al tren. No se sentó demasiado lejos de donde me encontraba, pero lo suficiente para que, despistado como siempre, no se diera cuenta de que yo estaba allí. Estaba convencido de que aquel libro que tenía en mis manos sólo podía ser considerado como algo decente si era un regalo de un amante. No era mi caso, seguramente sí el de mi profesora. Así que lo cerré y me puse a observar a ese viejo conocido que estaba absorto mirando por la ventana como pasaban uno tras otro aquellos postes de madera que sujetaban los cables que hacían que la luz artificial empezase a sustituir a la natural a estas horas de la tarde.

Perdido en su universo, sujetaba una bolsa de una conocida tienda de ropa. Pero no parecía que el contenido fuese ese. Más bien daba la sensación de que sujetaba una bomba, tal era la delicadeza con la que acariciaba (no podría usar otro verbo) lo que allí guardaba. Aquella imagen me recordó tiempos lejanos… Tiempos donde yo también observaba esa misma cara, perdida, también, mirando por la ventana unos árboles inmóviles mientras otros profesores trataban de enseñarnos los primeros pasos en los mundos de las cifras y de las letras.

¿Dónde se irán todas aquellas miradas perdidas? ¿Dónde está ese  lugar en el que se pierden? ¿Tenemos un Triángulo de las Bermudas en nuestra cabeza? ¿Puede uno aparecer en un programa de la tele, y tras una señora que llora porque hace más de seis meses su marido no volvió de un partido de fútbol con los amigos, pedir que si alguien ha visto sus miradas que se ponga en contacto con el programa, que son como las de la imagen adjunta, dejando un número de teléfono que aparecerá en la parte inferior de la pantalla?

Cuando volví en mí, quise compartir mi hallazgo con mi madre, que estaba a mi lado, entretenida haciendo un crucigrama.

– Mamá, has visto a…

Pero cuando me giré, él ya no estaba.

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