Eran las seis y algo de la tarde. Yo salía de trabajar y ella ya estaba sentada en aquel vagón de metro donde inexplicablemente quedaba un asiento libre que rápidamente ocupé. Yo leía a Murakami y ella El gran Gatsby. Yo acababa de terminarlo recientemente y lo tenía fresco en la memoria. En contra de lo que todo el mundo dice, a mi no me gustó. No digo que sea malo, pero…
El caso es que ella se percató de que, inconscientemente, me había quedado colgado mirando su libro (o a ella, o al menos a sus manos).
– Perdona…
– Lo siento… es que leí hace poco ese libro y…

Y aquí empezó una conversación que me llevó a pasarme de estación. Dos veces. De libros, del amor, de los Estados Unidos de los años 20, de lo poco que había ella viajado por allí y de lo mucho que sí lo había hecho por Europa. De la vida y de la muerte. De por qué el metro hoy iba tan rápido…
Pero al final tuve que bajarme. La vida tiene cosas inevitables. O yo no tuve el valor suficiente de pedirle que me reservara ese asiento para siempre. O al menos un nombre, un teléfono, una dirección, un «te veo mañana, mismo vagón a la misma hora». No tuve el valor cuando hay que tenerlo, que es lo mismo que no tenerlo nunca. Hay cosas que es mejor asumir, y yo asumo que ella es ahora tan sólo un «y si…» y el recuerdo de aquel tatuaje que tenía en la muñeca.
Me encanta!!!! Te voy leyendo y escribes muy bien!
De todo el relato me quedo con:
«No tuve el valor cuando hay que tenerlo, que es lo mismo que no tenerlo nunca»
Genial!!!!
Un abrazo!
Suena mal decirlo, pero a mi también es la frase que más me gusta de todo lo que he escrito en el #retoecija 🙂
Gracias!!
De todo lo que has escrito por aquí?!!! Si hay muchas!!! 😛 Pero bueno, no me extraña que te guste, es BUENÍSIMA!!!!!!!!!!!
Gracias a ti!!!!