447, 448, 449… una vuelta más en la cama. Busco la posición. De nuevo. Coloco la almohada una vez más…
621, 622, 623, 624… y mientras cuento (esto ya es algo automático para mi) intento pensar en una playa solitaria. Algo que pueda relajarme. Por un momento las ovejitas acaban saltando olas en mi cabeza. Luego vuelvo a recolocarlas. No, no funciona. Pruebo con una montaña. Allí las ovejas estan «en su terreno». Todo es natural. Pero tampoco…
711, 712, 713… Insomnio.
828, 829, 830… Vueltas y vueltas. Sudo. Me destapo y me vuelvo a tapar. Esto parece no tener fin. Son ya las cuatro de la madrugada. Y sigo contando…
999, 1000, 1001… pero sigo nervioso. Mañana te vuelvo a ver.