Confieso que soy un poco obsesivo. Siempre lo he sido. Cuando algo me gusta lo busco, lo investigo, lo sigo hasta conocerlo como si fuera algo mío. Me pasa en el trabajo, donde, esté donde esté, me lo tomo siempre como si la empresa fuera mía. Y me ha pasado a lo largo de mi vida con gente como Michael Phelps, Iván Ferreiro, Beckham, Kilian Jornet… y una larga lista de personajes e instituciones con la que no merece la pena aburriros. Tranquilos, nunca les he perseguido hasta su casa. Tampoco quiero decir con esto que sea un fan de todas mis obsesiones. Hay gente que me llama mucho la atención y que no me gusta nada o que tiene ciertos valores con los que no estoy de acuerdo.

El caso es que una de mis últimas obsesiones fue DiverXO y su chef Dabiz Muñoz. El culpable de descubrírmelo fue mi amigo @luisete en este post de hace más de un año. Desde entonces he leído mucho sobre este restaurante. Bueno, creo que con el boom de la tercera estrella michelín todos hemos leído o escuchado a Dabiz, no? El Chester de Risto, la entrevista con Gabilondo, crónicas en los periódicos, blogs… Y no sólo leer, porque varias veces he ido a comer a StreetXO, lo que llaman la versión low cost. Y el tío encima es de La Elipa. Y runner.

Hasta ayer. Porque ayer estuve, por fin, en DiverXO.

(Nota, no hice fotos de los platos. Si queréis verlas tenéis muchas en el twitter de @dabizdiverxo y en este otro post de @luisete

Lo primero que uno ve al entrar son círculos hipnóticos, mariposas, cerdos con alas y hormigas gigantes plateadas. Ambiente distendido y camareros con petos verdes y gafitas redondas. Parecen los gnomos de la fábrica de juguetes de Santa Claus. Nos ponen en una mesa redonda. Grande. Blanca (todo es muy blanco, muy limpio). Butacas muy grandes y cómodas. Elegimos el menú menos largo (no se puede decir corto…). 8 lienzos. Comienza #ElXow

No es fácil, después de tantos meses esperando (y ahorrando, hay que decirlo todo) que la comida esté a la altura. Sí, joder, es un Tres Estrellas Michelín, pero es que las expectativas estaban tan altas… Y sin embargo cuando entras todo eso empieza a darte igual. Porque te tratan con cercanía, con la frescura de quien te invita a comer a su casa y espera que lo goces (y claro, tú vas y lo gozas) y no con la cara de quien hace eso todos los días (que claro, ellos lo hacen todos los días, y lo notas en lo bien que se coordinan). Y empiezas picando unas palomitas (sí, palomitas de maiz) y a probar sabores, texturas, mezclas… y das gracias por tener esa lengua de plástico entre los cubiertos (que cambian constantemente) para poder rebañar las salsas, que no quede nada. Y los lienzos van pasando uno tras otro. Y lo más sorprendente es que ninguno se parece. Y todos están buenos, muy buenos, jodidamente buenos. Salsas, carnes, pescados, cabezas de marisco que crees que son decorado y no, cosas que no sabías ni que existían y que están ahí no sólo por raras, sino porque están muy buenas. Y postre. Y cuando crees que has acabado: otro postre, que encima consta de dos partes y que lleva cosas como aceite, pica pica y polvo de aceitunas. No digo más. (Ahora entendéis que no pueda hablar de menú «corto»). 

Dos horas y algo de comida. Sin prisa pero sin pausa. Todo medido, para no agobiar ni que tampoco pases ratos muertos. Pido un café. Se acercan a nosotros y nos dicen «¿Queréis otro postre?». Sólo había una respuesta: «Claro, aquí hemos venido a jugar». Sabe a violetas.

Esto se acaba… pero no, nos invitan a otro café.

Ahora ya sí. Pagamos (sí, es una pasta. Y sí, repetiré en cuanto pueda). Pero aún hay más, Y una última sorpresa: nos invitan a pasar a la cocina. Enorme, limpia, llena de gente. Yo, que trabajo en Salycop, donde hacemos cientos de kilos de comida al día de forma casera, alucino viendo cómo su cocina, para dar de comer a 30 personas, es más grande que la nuestra. Charlamos con el jefe de sala, que nos cuenta cómo han ido creciendo, nos habla de la inauguración del nuevo local de StreetXO, de la enorme plantilla que tienen… Y sí, aquí acabó nuestra visita.

Ya estoy deseando volver.

 

3 comentarios

  1. Pingback:Restaurante La Cabra | Cartier

  2. Solo por no dejar hacer fotos ya no me vale la pena ir. De hecho me parece el tedpico caso de aqoellus que dejan de entender cual es realmente su trabajo, por muy bien que lo sepan hacer.Una pena.

  3. Es uno de mis sueños algún día iré muchas gracias por el excelente post. Un saludo.

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