Estar de vacaciones debería servir, además de para descansar, para desconectar. Incluso más esto segundo que lo primero. Pero la crisis (siempre hay que achacarlo a la crisis, que es gratis) no me ha llevado al caribe y he tenido la suerte (aún no sé si buena o mala) de estar medianamente informado de lo que sucede en el mundo.
Y en esta parte del mundo que es España, mientras yo me bañaba en una playa del mar cantábrico, alguien criticó a la precandidata del PSM por tener acento andaluz, al tiempo que un ex-presidente se ponía el traje de salvador de la patria para viajar a Melilla. No sé qué habrá hecho allí, porque eso no lo han dicho las noticias (o entre playa y siesta yo no me enteré). Seguramente sus superpoderes habrán salvado esa tierra solo con tocarla. Como la kriptonita con Superman, pero al revés.
El caso es que observando el panorama empiezo a entender lo que dice el PP: España se rompe. Sí señores. Se rompe. Poco a poco, pero lo hace. El problema es que se rompe al revés de lo que ellos dicen. No se rompe por Cataluña o por Euskadi. Ni siquiera por Melilla. Se rompe por Madrid, ciudad donde viven estos señores de amplios ombligos y ojos cerrados que olvidan que más haya de esta capital multicultural (muy a su pesar) está esa España tan diferente y tan rica de norte a sur, de este a oeste.