Convertirse en piloto no es nada sencillo. Cuando uno mira con perspectiva a veces parece que ha sido un camino fácil, marcado claramente y que simplemente había que seguir. Los malos momentos, en general tienden a olvidarse. Pero la realidad fue muy diferente.
Uno tiene que pasar por momentos de dudas, de sufrimiento y de nervios. Exámenes, pruebas, prácticas. Muchas horas. Demasiadas. Y lo peor es cuando estás en el aire y no te sientes seguro de estar controlando todas esas toneladas de metal. Ahora lo recuerdo y casi me da la risa. Pero es algo que hay que vivirlo.
Al final de todo ese tiempo de preparación uno empieza a vislumbrar que el esfuerzo sirve para algo. Y que ha sido necesario, y no solo por el aprendizaje en sí. Sino por todas esas experiencias paralelas. Hay que vivir y hay que sufrir. Lo justo, no más. Pero sufrir un poco para valorar lo que cuestan las cosas. Y aprender. Y mejorar…